Argumentos del corazón que la razón no entiende
Llevo mucho tiempo, muchísimo tiempo, pensando en los que otrora eran nuestros niños, nuestros adolescentes, nuestros jóvenes y ahora son adultos. Y pensando en ellos escribí unas líneas dirigidas a aquellas y aquellos que hace tiempo nos acompañaban en la comunidad de fe, y que ahora están ausentes. ¿Me lo permitís? Sé que me lo permitís.
¿Recordáis? Sí, ¡recordad! Recordad cuando vuestras madres y padres os llevaban cada domingo a la iglesia, y asistíais a la escuela dominical aprendiendo las primeras “letras” del Dios que nos ama intensamente. Recordad también cuando os susurraban una oración mientras os arropaban en la cama.
Imaginad cuando nacisteis y los que os concibieron daban gracias Dios por vuestra llegada. Algunos fuisteis bautizados, en vuestra infancia, en el seno de la iglesia; otros fuisteis presentados al Señor en medio de la comunidad creyente. Y todos, absolutamente todos los que os veían, soñaban con vuestro futuro. Os veían ya adultos siguiendo los pasos de Jesús de Nazaret, abriendo caminos en el seno de la comunidad creyente hacia el mundo nuevo -ese otro mundo posible con el que soñamos despiertos- que proclamó Jesús de Nazaret.
Pasó el tiempo, y tomasteis, como es natural, vuestras propias decisiones y vuestros propios caminos. La comunidad de fe quedó relegada, en el mejor de los casos, a un segundo plano.Tendríais vuestras razones. Nada que objetar a pesar del dolor que ese hecho genera en mi corazón. Sois adultos, y debéis tomar vuestras propias decisiones. Faltaría más. Pero deseo que sepáis -seguro que lo sabéis- que tanto vuestras madres como vuestros padres siguen orando por vosotros, y siguen soñando con el día en el que que regreséis al camino de Jesús de Nazaret, al que estoy seguro que admiráis y amáis, en medio de esa comunidad creyente que tanto os añora. Dicho en pocas palabras, desean que regreséis a vuestra casa, a la casa que os vio crecer, la comunidad de los que, a pesar de sus contradicciones, tratan de seguir a nuestro Señor.
¡La asombrosa gracia de Dios os espera! ¡Jesús de Nazaret os espera! ¡Vuestras madres y padres os esperan! ¡Todos os esperamos con los brazos abiertos y lágrimas de alegría a punto de desprenderse de nuestros ojos! ¡Daría mi vida, daríamos nuestra vida por ver ese día!
Gracias, muchas gracias por tomar el tiempo para leer estas “cuatro líneas” que que os dirijo. Surgen, creedme, del corazón.