Hace poco tiempo encontrar artículos sobre las iglesias en los periódicos diarios era casi una aventura semanal, alguna vez en cultura o sociedad, podía aparecer alguna reflexión, claro está según y en que periódicos. A partir del alza de los fundamentalismos, en general, y de los debates Iglesia Estado, en particular, la aventura se ha convertido en una cuestión diaria con sospechosos movimientos pendulares.
La cuestión que nos ocupa sobre la presencia de las iglesias en la sociedad española ha demostrado este último tiempo que la confesionalidad del Estado español era una realidad encubierta sólo en los papeles que justificaban la contradicción entre la Constitución de 1978 y la realidad diaria y presupuestaria de las arcas públicas. Algo ya sospechábamos, es más, denunciábamos sin demasiado eco, por cierto.
Cuando en el vecino Estado francés surgió, en el año 2003, el debate sobre el uso de símbolos religiosos en las escuelas, la Federación Protestante de Francia se pronunció sobre la eventualidad de una proposición de ley sobre la laicidad para “asegurar la diversidad espiritual en el país”, entre otras razones, adhiriéndose a la convicción de una laicidad “valor fundador del pacto republicano que permita conciliar un vivir juntos y el pluralismo” (Roland Kauffmann, diciembre 2003).
Como iglesias protestante minoritarias en España debemos también ver ese valor de la laicidad del Estado y rechazar toda búsqueda de privilegios religiosos. Igualmente este debate alcanza a la Constitución Europea, que debemos refrendar y sostener, sin echar de menos referencias a la cristiandad o a Dios en el texto. El diputado europeo Maurizio Turco, señalaba que no se puede permitir a las iglesias escapar a las leyes generales de la Unión para mantener prácticas discriminatorias en su seno.
Constitución, velo islámico, relaciones Iglesia Estado, son debates, entre otros que señalan el valor relevante de la iglesia en las sociedades posmodernas, sin embargo como creyentes debemos aceptar el cambio de paradigma al que nos enfrentamos donde el valor de lo que aportamos a la sociedad dependa de la pertinencia de lo que hacemos y decimos, más que de un derecho de veto o de pernada. Según Eberhard Jüngel: “El proceso de de-eclesiación no significa necesariamente también de-cristianización. La cristiandad evangélica de Europa más bien existe también en forma secularizada. Y las iglesias evangélicas deberían alegrarse de este su hijo profano en vez de lamentarlo como hijo o hija perdida. La Reforma misma con su doctrina de dos reinos puso la base para que existiera un mundo emancipado de la iglesia, el que tiene su propio derecho y su propia dignidad. La iglesia evangélica debería bendecir este su hijo profano y desearle que sea mayor de verdad.”
Aunque esta última cita amplia el debate a la situación en Alemania, que por nuestra talla no se nos presenta con la misma virulencia, yo abogo por la coherencia de nuestros planteamientos. La FEREDE habla de “neutralidad” y el Ministerio de Justicia ha acogido bien esta definición. La laicidad, no obstante, es algo más que la neutralidad, y en su defensa del pluralismo debemos de abundar en coherencia ética para la aceptación mutua de los unos y los otros y de los planteamientos de una sociedad que se quiere abierta y democrática. Para nosotros, protestantes, esta coherencia es una obligación evangélica.