Creo en el Dios que encendió el primer sol,
que hizo latir la vida y que la hizo hermosamente diversa,
que salió a jugar, desnudo, por los jardines del universo
sin miedo al tiempo, sonriendo, saludando a la brisa.
Creo en un Dios que se hizo amigo de sus creaturas,
que abrazó al árbol y nadó con los peces,
que se sentó junto al león y al cordero
y danzó con los pájaros en el aire.
Creo en un Dios que caminó con las personas,
que les enseñó a soñar y las impulsó a ser libres,
que les señaló un horizonte de plenitud hacia donde ir…
Pero no entendieron o no quisieron o tuvieron miedo.
Creo en un Dios que fue encarcelado en prejuicios,
que fue amordazado por conceptos y doctrinas,
que fue encerrado en espacios oscuros y opresivos,
que fue limitado en su capacidad de amar y sanar.
Creo en un Dios que quiere liberarse de tanta cadena,
que desea sacudirse el polvo de los viejos credos
y romper las estructuras de las formas y los dogmas
para volver a ser un Dios inclusivo, amplio, generoso.
Creo en un Dios que busca hacerse presente, real, auténtico,
en tantas otras formas de creer, de celebrar, de vivir;
un Dios que trata de seguir revelándose en la historia
de las mujeres y de los hombres que jamás perdieron de vista
aquel horizonte, aquella luz, aquel mundo posible.
Creo en un Dios dispuesto a descender a los infiernos
de los injustamente sometidos,
de las violentamente marginadas,
de las atrapadas en redes de engaño y de muerte,
de los estigmatizados por ser distintos,
de los migrantes sin tierra, sin hogar, sin misericordia,
de las mutiladas, violadas, golpeadas,
de las víctimas de los odios que hieren y matan,
de los silenciados, los desaparecidos, los nadies.
Creo en un Dios que quiere resucitar y resucitarnos
de tantas formas de estar muertos,
de tantas maneras de vivir sin sentido,
sin pasión y sin compasión
Creo en un Dios que nos anima a ser comunidad,
a ser cuerpo, a ser encuentro solidario
de unas y otras, de unos y otros,
a construir espacios alternativos con lugar
para cada ser humano
en su compleja y rica diversidad.
Creo que en esos espacios,
el pan que se comparte se hace sacramento
y que la copa que pasa de mano en mano,
sin prejuicios,
es gloriosa manifestación del poder de un amor
capaz de transformarlo todo.
Creo en un Dios que no ha perdido las esperanzas,
a pesar de todo,
y que, de tanto en tanto,
vuelve a sonreír.
Gerardo Oberman