Hace unos días, el que fuera director de nuestra revista por 11 años (2000-2011), el pastor Enric Capó, pasó a la presencia de nuestro Señor Jesucristo.
El pastor Capó deja un hueco insustituible, ya no sólo en la dirección de “Cristianismo Protestante”, sino en el espacio del protestantismo catalán y español. En la opinión del que esto escribe nos ha dejado uno de los teólogos y pastores protestantes más lúcidos, libres y coherentes del panorama evangélico de nuestro país.
Estando ya gravemente enfermo todavía tuvo fuerzas para preparar los contenidos de la revista que estás leyendo. Ni él, ni nosotros podíamos pensar que este número debería sufrir algunas modificaciones debido a su fallecimiento, y que en portada iría una de las últimas fotografías que se le tomaron en el contexto del LXXIV Sínodo de la Iglesia Evangélica Española.
Nos faltan las palabras para describir a una persona como nuestro hermano Enric. En este mismo número publicamos una semblanza biográfica escrita por su buen amigo Pablo García Rubio, pastor de la Iglesia Evangélica Española. En dicho artículo podemos leer un esbozo de la vida y la obra de un hombre que desde su juventud hizo suya la causa del Evangelio, la causa del reino de Dios.
En medio del dolor que nos embarga por su ausencia, tenemos la certeza que él vive. Vive en su obra literaria, vive en los corazones de las personas que acompañó pastoralmente y vive, ahora, en la presencia del Dios –el Dios que nos dio a conocer Jesús de Nazaret- al que sirvió hasta el último minuto de su vida.
“Dios, no es un de muertos, sino un Dios de vivos”, nos enseñó el profeta galileo, haciendo referencia a la resurrección de los muertos. Y ello nos llena de esperanza, porque poseemos la certeza de que un día nos volveremos a reencontrar con el pastor Capó, podremos volver a abrazarle y continuar nuestra relación personal con él. Y esa esperanza nos consuela, tanto a su familia como a aquellos que le conocimos.
Mientras tanto nosotros seguiremos viendo la verdad a retazos, pero él, en este momento, la estará viendo cara a cara. Y esa es la certeza que tenemos como cristianos. Y esa certeza nos consuela.
En este momento sólo podemos dar gracias a Dios por el don que nos concedió. Un don con nombre y apellidos, Enric Capó Puig. Una persona, como diría Unamuno, “de carne y hueso” que nos inundó de esperanza y nos animó a seguir la obra de anunciar el Evangelio de la reconciliación desde la libertad que Dios ha concedido a todos sus hijos e hijas.
Creo que todos los que le visitamos en el hospital donde pasó sus últimos días, siempre acompañado por su familia, experimentamos a través de su mirada un eco de las palabras que el apóstol Pablo dirigió a los cristianos en Mileto cuando dijo:
“Ahora, tengo el presentimiento de que ninguno de vosotros, entre quienes pasé anunciando el reino de Dios, volverá a verme más. Por eso quiero hoy declarar ante vosotros que tengo la conciencia limpia en relación con lo que os pueda suceder. Nada he callado de cuanto debía anunciaros sobre el plan de Dios. Cuidad de vosotros mismos… Pastoread la Iglesia que el Señor adquirió con el sacrificio de su propia vida” (Hch. 20:25-28).
Ese fue el testamento de Pablo, y en esta hora de dolor esperanzado podemos afirmar que también es el testamento que Enric Capó Puig nos ha dejado. Honremos, pues, su memoria, demos gracias a Dios por su vida y seamos fieles al legado que él nos dejó.
Soli Deo Gloria
Por el Comité de Redacción de la revista,
Ignacio Simal Camps
Departamento de Comunicación de la Iglesia Evangélica Española