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Samuel Fabra i Mestre es Licenciado en Teologia y miembro del Consejo de la Església Protestant Barcelona-Centre (IEE-EEC).

«He perdido la fe»

Fotograma de "Los comulgantes", Igmmar Bergman

De un tiempo acá, a menudo, escucho esta expresión: «Es que he perdido la fe.» Cómo  la he oído en boca de personas que hablaban de otros, no he podido preguntar a los autores qué querían decir exactamente cuando mencionaban la pérdida de la fe. Y este hecho me ha conducido a reflexionar sobre mi propia fe. Qué quiere decir y qué significa la fe para mí.

Creo que sin darnos cuenta nos estamos refiriendo a cosas diferentes cuando hablamos de fe, la fe en una persona y la fe como conjunto doctrinal. Decimos y afirmamos que tenemos fe sin definir el objeto de esta fe, y esto hace que la fe acontezca abstracta. En el lenguaje bíblico de todo el Nuevo Testamento (excepto en Hebreos 11,1 donde hallamos la única definición de fe), la fe siempre se refiere y tiene sentido por el objeto de esta fe. No se trata pues, de un sentimiento religioso o de una actitud piadosa. Fue el desarrollo posterior que habló de la fe como objeto de reflexión por sí misma. Así surge el concepto de «la fe de la iglesia» (sea cual sea esta iglesia) y que se refiere a un cuerpo doctrinal que muchas veces está en oposición con otras doctrinas que se consideran heterodoxas.

Fe, para mí, significa fe en Jesucristo y en el hecho salvador de. Dios que tanto me ha amado. La fe habla de un Dios de bondad que me ama a pesar de mis carencias y mis imperfecciones.

Si cuando hablo de fe me refiero a las doctrinas, sea la «sana doctrina» o la ortodoxia, incluso yo mismo podría dudar de si he perdido o no esta fe.

Es evidente que cuando los reformadores hablaban de la «sola fides» no se referían a la doctrina de la iglesia sino a la fe en el Cristo del Nuevo Testamento. Esta fe en el Dios que nos ama, y que por eso nos ofrece la salvación en Jesús que muere en la cruz, y en el Cristo resucitado por Dios. Esta fe, que para Pablo no se puede convertir nunca en ninguna obra meritoria para obtener la salvación, sólo nos es dada por gracia. Es esta fe la que no quiero perder.

Las doctrinas, que son aproximaciones humanas al mensaje del evangelio, sí que nos pueden defraudar e incluso diría que a veces es bueno perder la confianza en ellas con el fin de volvérnoslas a plantear.

Del mismo modo, podemos perder la fe en la comunidad de hombres que se atribuyen roles que seguramente no les pertenecen. Las iglesias nos pueden defraudar – ya defraudaron al mismo Pablo-. A pesar de todo, fue este el motivo de sus cartas, y ahora podemos tener todo este legado que de otra manera no nos habría llegado. No somos llamados a tener fe en la iglesia sino a tener fe en Aquel que nos ha amado desde siempre y nos sigue amando. Por eso lo invocamos como Padre nuestro.

Desde aquí querría hacer un llamamiento a aquellos que se cuestionan su fe, a volver a confiar en Cristo a pesar de que la iglesia los haya podido defraudar.

Yo tampoco querría perder esta fe.

Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición, sino de los que tienen fe para preservación del alma.  Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Hb 10,39 – 11,1

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Samuel Fabra i Mestre es Licenciado en Teologia y miembro del Consejo de la Església Protestant Barcelona-Centre (IEE-EEC).

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