«Ahora bien, ¿cómo van a invocar a aquel en quien no creen? ¿Y cómo van a creer en él si no han oído su mensaje? ¿Y cómo van a oír su mensaje si nadie lo proclama? ¿Y cómo lo van proclamar si no son enviados? Por eso dice la Escritura: ¡Qué hermosos son los pies de los que anuncian buenas noticias!» (Rom. 10:14-15 BTI)
No sólo tolero, sino que respeto y mantengo mis oídos y mente abierta cuando dialogo y converso con personas que si bien comparten conmigo la creencia en Dios, no creemos de la misma manera, no tenemos los mismos referentes. Lo que definitivamente nos une es la ardua tarea de colaborar poniendo una piedra más en la construcción de un mundo mejor.
Dicho esto, también debo decir que «mis pies» se aceleran a fin de «anunciar buenas noticias». No podemos dejar a un lado el hecho de que los cristianos y cristianas somos enviados a proclamar un mensaje. Un mensaje que tiene como centro a Jesús de Nazaret. Ese gran desconocido para las gentes que habitan en nuestro mundo. Y si acaso le conocen, conocen a un Cristo desdibujado, y distorsionado por nuestro mal hacer y peor comunicar. Esa es la gran culpa que pesa sobre aquellos que tratamos de seguir al Galileo.
Debemos centrarnos en dos cosas a la hora de anunciar «buenas noticias»: 1) remitirnos, sin saltarnos ni una coma, a esas antiguas confesiones de fe sobre Jesús de Nazaret que llamamos «Evangelios»; y 2) acompasar nuestra existencia como comunidades cristianas e individuos al camino que esos textos confesionales proclaman. Lo que nosotros podamos decir más allá de lo que los textos indican son añadiduras que pueden lograr desvanecer la potente figura y prédica del Mesías Jesús, como así ha sido a lo largo de la historia.
La fuerza del mensaje capaz de recrear nuestro viejo mundo se fundamenta en el lenguaje de la cruz, y no en nuestra sabiduría y bien hacer. Ya que la humanidad, de la que participamos, «no ha llegado a conocer a Dios a través de esa sabiduría«, y debido a ello «Dios ha decidido salvar-sanar a los creyentes a través de un mensaje que parece absurdo» (1 Cor. 1:21 BTI). Unos piden señales, otros sabiduría, pero nosotros nos ceñimos a proclamar, con todo lo que ello implica, a un Mesías crucificado. Cosa de locos para algunos (1Cor, 1:23).
Básicamente nuestro locura consiste en proclamar a un Dios «que nos ha puesto en paz con él por medio de Cristo y nos ha confiado la tarea de llevar esa paz a los demás. Porque sin tomar en cuenta los pecados de la humanidad, Dios hizo la paz con el mundo por medio de Cristo y a nosotros nos ha confiado ese mensaje de paz. Somos, pues, embajadores de Cristo y es como si Dios mismo os exhortara sirviéndose de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que hagáis las paces con Dios» (2 Cor. 5:18-20 BTI).
El mensaje que proclamamos es que Dios, en el Mesías Jesús, nos ha reconciliado consigo mismo, y ahora el siguiente paso es dejar que ese mensaje de reconciliación penetre en lo más hondo de los hombres y mujeres con los que convivimos. A partir de ahí un nuevo horizonte se nos abre, y si nos abrirá ante nosotros. De ahí que debamos acelerar nuestros pies a fin de proclamar esa «buena noticia».
Soli Deo Gloria