
Ada Colau, alcaldesa de Barcelona
Debo admitir de entrada que me encantan las «nuevas liturgias»[1] de constitución de ayuntamientos gobernados por nuevos partidos o movimientos. Habrá quien critique su ingenuidad y sus ‘torpezas’ de protocolo o su ‘populismo’, pero aun así me parece un soplo necesario de aire fresco.
También me gusta que, como parte de estas «nuevas liturgias», algunos de los representantes que ocupaban tradicionalmente lugares principales en el protocolo, entre ellos los militares y los eclesiales, pasen a ocupar ahora «los últimos bancos»[2]. ¡Por fin alguien nos hace ser coherentes con el Evangelio que trastoca el orden (¿el protocolo?) ‘normal’ de la sociedad! Sinceramente, creo que nuestros representantes religiosos, al menos los cristianos, no debieran haber esperado a que las autoridades civiles les pusieran en los últimos bancos de los protocolos, sino que de motu propio ya debieran haber solicitado tales lugares cuando se les invitaba a actos de cierto nivel de representación.
No se me oculta que hay en algunas de estas nuevas liturgias un anticlericalismo ya trasnochado. Lo hay y me parece lamentable a estas alturas de nuestra historia. Pero creo que la reacción de los representantes confesionales no debería ser la reivindicación de una posición determinada acorde a un supuesto peso social e histórico específicos, sino la reivindicación del Evangelio que exige poner en primer lugar a los niños y a los más desfavorecidos. Y por ello, creo que debemos celebrar que los protocolos de las celebraciones civiles de cualquier índole rompan con la secular preferencia otorgada a estamentos considerados fundamentales para la estabilidad social y política (Ejército, Iglesia, Empresa, Sindicatos), y abra espacio a otras entidades e iniciativas sociales. A fin de cuentas, hemos de hacernos a la idea de que absolutamente todos contribuimos (o hemos de hacerlo) al bien común, sin que haya ninguna entidad ni estamento más importante que otro en esta tarea. Y esto me parece de lo más evangélico y puede ser una de las mejores contribuciones sociales de las iglesias.
Por último, también quisiera señalar que este ‘igualitarismo litúrgico’ bien podría ser más que la expresión de un talante anti-sistema. Además puede ser la manifestación de que la sociedad civil española está muy viva y por ello está generando todo tipo de iniciativas que, por muy experimentales que sean algunas, pueden acabar materializando el gran potencial de dicha sociedad, incluyendo el potencial económico que tanto necesitamos enriquecer en nuestro país mediante la diversificación comercial e industrial (lo que necesariamente conlleva la desconcentración de los poderes económicos tradicionales). Por tanto, espero que no sean las iglesias las que, junto a otros actores, intenten matar este tiempo de experimentación antes de que haya podido cuajar en alguna dirección. En todo caso, yo como creyente oraré por que las «nuevas liturgias» sean más que poses de cara a la galería y calen hondo en una mentalidad de ciudadanía igualitaria, independientemente de cual sea la función política, económica y social que cada uno ocupe.
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[1] Así las denomina el articulista Màrius Carol (La Vanguardia, 14-6-20) al hablar de la toma de posesión del cargo por la nueva alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.
[2] También sobre la toma de posesión de Ada Colau, dice Clara Blanchar (El País digital, 13-6-205) que «los representantes de las confesiones religiosas se sentaron en los últimos bancos».
Artículo publicado en «EntreParéntesis«