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Samuel Fabra i Mestre es Licenciado en Teologia y miembro del Consejo de la Església Protestant Barcelona-Centre (IEE-EEC).

Una pregunta infantil

Una pregunta infantilEl otro día, mi nieto le preguntaba a su abuela: «Pero, ¿a Jesús lo mataron, o él se dejó matar?»

Es la pregunta de un niño -de casi ocho años- cuando se le habla de Jesús. Jesús, se le explica, es Aquel que nos ama tanto que murió por todos nosotros. Es Aquel que reconocemos como Dios, y que se manifiesta en medio de los hombres, como un hombre como nosotros.

¿Cuál es la respuesta a esta pregunta? ¿Y, cuál tendría que ser la respuesta a un niño de ocho años?

Aunque la pregunta la haya formulado un niño, esto no quiere decir que sea una pregunta de fácil respuesta. Como siempre, los niños nos dan lecciones que sólo podemos aprovechar si estamos atentos a las cuestiones más esenciales que ellos nos proponen. La respuesta nunca tendría que ser una respuesta infantil aunque fuera para contestar a un niño.

Si afirmamos la voluntad de Jesús de morir por nosotros estamos diciendo que existía una voluntad previa de sacrificio vicariante. Y, entonces, la pregunta que hace mi nieto es una pregunta muy pertinente.

La pregunta, si reflexionamos, se transforma en una pregunta cristológica, y es la pregunta que ya hay detrás de las primeras consideraciones del cristianismo de los primeros tiempos de la Iglesia.

Nuestra respuesta podría ser considerada como una respuesta del «docetismo». Aquella doctrina cristológica de los primeros tiempos de la Iglesia que atribuía a la persona de Jesucristo un cuerpo aparente y negaba toda realidad a su vida humana. Aquella doctrina se originó cuando se quiso explicar racionalmente la encarnación y pasión de Cristo desde un dualismo espiritualista, propio de la gnosis.

El gnosticismo fue aquella corriente, dentro del cristianismo, según la cual los iniciados no se salvaban por la fe en el perdón, gracias al sacrificio de Jesucristo, sino por medio de la gnosis, o conocimiento introspectivo de lo divino, que era un conocimiento superior a la fe. Con la fe no había bastante, el hombre se consideraba autónomo para salvarse a si mismo. Esta doctrina elitista era una mística secreta de la salvación y una creencia dualista: el bien opuesto frente al mal, el espíritu a la materia, el alma al cuerpo.

La doctrina del docetismo, además del gnosticismo, se siguió presentando bajo varias formas: valentinianos y marcionitas (siglos II y III), monofisitas (siglo VI) y cátaros (siglo XI).

El docetismo fue condenado por el concilio de Calcedonia (451), que aseguró que Jesús reúne en Él una doble naturaleza: la humana (por la Encarnación) como hijo de la Virgen María, y la divina como Hijo de Dios (doctrina establecida después de varios concilios). Igualmente, este concilio se opuso a la herejía contraria: el nestorianismo.

Actualmente, esta doctrina todavía es defendida por la tradición monofisita de la Iglesia Ortodoxa Siríaca (o jacobita), por la Iglesia Ortodoxa Sirio-Malankar en la India, por la Iglesia Ortodoxa Copta, la Iglesia Ortodoxa Etíope y la Iglesia Apostólica Armenia. Por eso, estas iglesias reciben el calificativo de pre-caledonianas (de antes del concilio de Calcedonia).

El título de este artículo es: «Una pregunta infantil». Pero, como veis, esta pregunta se la ha estado haciendo, a lo largo de muchos siglos, la Iglesia cristiana sin llegar a un consenso total.

Suerte que la abuela de mi nieto es muy sabia, y le contestó que Jesús nos enseñó -con su vida- que lo que es importante es que nos amemos los unos a los otros, y que hagamos a los otros aquello que quisiéramos que nos hicieran a nosotros. Que lo que es importante es decir siempre la verdad y amar por encima de todo.

Mi nieto, os lo aseguro, lo entendió sin necesidad de ningún concilio.

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Samuel Fabra i Mestre es Licenciado en Teologia y miembro del Consejo de la Església Protestant Barcelona-Centre (IEE-EEC).

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